Mientras caminaba sobre las flores, la princesa pensaba en su futuro, en su cargo importantísimo para el pueblo, en su vida de triunfos y de fortalezas.

Y las azucenas recibían sus pies de una manera terrible y determinante, pero el objetivo de la princesa era tan claro y preciso, que no importaban las flores que pisaba. Eso, sólo hacía el camino más hermoso y confortable.

La constancia de la princesa era envidiable. Todos los días se levantaba temprano a continuar con su camino, y descansaba hasta ya entrada la tarde, lo que le permitía avanzar varios kilómetros diarios. Lo bueno era que los pétalos de las azucenas, acolchonaban y odorizaban espectacularmente el camino.

Ella, la que camina, le decían quienes la veían pasar. Su nombre se había olvidado ya entre los pueblos, pues la hazaña de ir siempre hacia el lugar predeterminado era inigualable…y así, ella, la que camina, anduvo por años hasta que encontró la meta que buscaba.

Cuando llegó ahí, se detuvo a enfatizar los sentidos. Y entonces, sintió el suave viento de la gloria rozando sus labios. El cansancio satisfactor indicando el logro alcanzado. La textura aterciopelada de los pétalos debajo de sus pies. Y entonces, volvió la vista atrás para agradecer los cientos, los miles de pétalos que habían sido aplastados por su andar hacia el objetivo. Y cuando observó el camino andado, marcado por la destrucción, decidió ya no mirar hacia atrás y mejor, continuar adelante, hacia otro objetivo mas alto que le permitiera seguir sintiendo pétalos bajo los pies.

martes, julio 08, 2008

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