Te pedí un abrazo que nunca llegó. Tú buscabas en mí a una mujer fuerte y autosuficiente. Yo buscaba en ti a un hombre con los mismos atributos y que además supiera que tener una mujer fuerte y autosuficiente a su lado, no lo hacía valer menos. Eso nos quedó claro desde el principio. Ambos encontrábamos en el otro lo que estábamos buscando y por eso decidimos estar juntos.

Hasta que una tarde que no era ni gris, ni fría, en la que no hacía viento, ni había tristeza flotando alrededor, te pedí un abrazo…sin pedírtelo por supuesto, porque suponía (y lo hice bien) que pedírtelo significaba quebrar el acuerdo mutuo de fortaleza y autosuficiencia. No te lo pedí con un enunciado, pero sí lo hice con mi cuerpo, con mi voz pequeñita y entrecortada y entonces tú creíste, por un momento, que te habías equivocado, que los atributos que habías visto en mí eran momentáneos. A ti no te gustan las mujeres frágiles, por lo que preferiste no darme ese abrazo.

Y el abrazo perdido hizo implosión. Porque no soy frágil, créelo, no lo soy. Las cicatrices en mi cuerpo te pueden dar fe, de que los golpes no han sido ni pocos, ni superficiales. No soy frágil. No dependo de nadie. De hecho, mucha gente depende de mí. Y ahora, la implosión abracística ha creado un derrame interno de voces que no se apagan, de voces además, que no me hablan a mí…te hablan a ti y te gritan, que un abrazo corporal, sonoro, o cualquier representación del mismo; que sea permanente, no quiere decir que NECESITE imperiosamente de ti, que dependa de ti, que sea frágil o insegura…significa solamente, que eres tú la persona a la que decidí amar y que sólo espero, encontrarte como un refugio (entre otras cosas) de la rudeza del mundo cotidiano…y aquí estoy, esperando

lunes, septiembre 19, 2005

 
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